En el centro de la Solemnidad del Corpus Christi está el Sacramento de la Eucaristía, el Sacramento del amor, en que Cristo Jesús nos ha dejado el memorial de su entrega total por amor en la Cruz. En la Eucaristía, el mismo Cristo se nos ofrece como la comida que da la Vida y se queda presente entre nosotros para que, en adoración, contemplemos su amor supremo y nos dejemos empapar de él.
La Eucaristía es central y vital para la Iglesia y para cada cristiano; es la cima hacia la que caminan y la fuente de la que se nutren. Sin la celebración eucarística no habría Iglesia; y sin la participación plena en ella, la vida de todo cristiano languidece, se apaga y muere. En el Sacramento del Altar se hace actual la entrega total de Jesucristo hasta la muerte por amor en obediencia al Padre. En la Eucaristía, el Señor mismo nos invita a su mesa y nos sirve, y, sobre todo, nos da su amor hasta el extremo de ser Él mismo el que se nos da en el pan partido y repartido, y el vino derramado y entregado. La comunión del Cuerpo de Cristo une a los cristianos con el Señor, y en la comunión con Él, se alcanza la comunión de unos con otros. La Eucaristía crea y recrea la nueva fraternidad que es expansiva y que no conoce fronteras.La Eucaristía tiene por ello unas exigencias concretas para el vivir cotidiano, tanto de la comunidad eclesial como de los cristianos; en ella está enraizado el Mandamiento nuevo del Amor. La Iglesia, cada comunidad eclesial y cada cristiano, están llamados a ser testigos del amor de Cristo, que celebran y del que participan, para que este amor llegue a todos, pues a todos está destinado.
A los cristianos, a nuestras comunidades cristianas y parroquiales y a nuestra Iglesia diocesana nos apremia el amor de Cristo. Los pobres no nos dejan indiferentes. Nuestras Cáritas -parroquiales, interparroquiales y diocesana- y otras obras de asociaciones de la Iglesia están desbordadas en el trabajo de los voluntarios y trabajadores, y en sus medios económicos. El Mandamiento Nuevo del amor nos urge a redoblar nuestro compromiso personal y nuestra generosidad económica. El Señor Jesús nos llama a reconocerle, acogerle y amarle en el hermano necesitado hasta compartir nuestro pan, nuestra vida y nuestra fe con él.Exhorto a los sacerdotes a que redoblen sus esfuerzos para que esta campaña de Cáritas diocesana cale en nuestras comunidades. Y a todos los fieles os pido que colaboréis generosamente con vuestro tiempo y con vuestra aportación económica.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón



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