Divina Misericordia

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Homilía de monseñor López Llorente del Día de Navidad

¡Amados hermanos y hermanas en el Señor!

Anuncio del ángel

1. “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis una señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,11s.). Con estas palabras anuncia el ángel a los pastores la buena Nueva de la Navidad. Nada prodigioso, nada espectacular se les da como señal a los pastores. Verán solamente un niño envuelto en pañales que, como todos los niños, necesita los cuidados maternos; un niño que ha nacido en un establo y que no está acostado en una cuna, sino en un pesebre.

La señal de Dios es el niño, su necesidad de ayuda y su pobreza. Sólo con el corazón los pastores podrán ver que en este niño se ha realizado la promesa del profeta Isaías: “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Lleva al hombro el principado” (Is 9,5). Tampoco a nosotros se nos ha dado una señal diferente. El ángel de Dios, a través del mensaje del Evangelio, nos invita también a encaminarnos con el corazón para ver al niño acostado en el pesebre.

La señal de Dios es la sencillez. La señal de Dios es el niño. La señal de Dios es que Él se hace pequeño por nosotros. Él no viene con poderío y grandiosidad externos. Viene como niño inerme y necesitado de nuestra ayuda. No quiere abrumarnos con la fuerza. Nos evita el temor ante su grandeza. Pide nuestro amor: por eso se hace niño. No quiere de nosotros más que nuestro amor, a través del cual aprendemos espontáneamente a entrar en sus sentimientos, en su pensamiento y en su voluntad: aprendamos a vivir con Él y a practicar también con Él la humildad de la renuncia que es parte esencial del amor. Dios se ha hecho pequeño para que nosotros pudiéramos comprenderlo, acogerlo, amarlo.

El misterio santo de la Navidad nos congrega para contemplar y admirar, para bendecir y cantar, para postrarnos en humilde oración ante el Niño, que yace en el portal de Belén.

Verdadero Dios y verdadero Hombre

2. Este Niño es Dios. Esta es la respuesta clara que ofrece el evangelista San Juan: Ese Niño es el Verbo de Dios, la Palabra de Dios, hecha carne; es el mismo Hijo de Dios hecho Hombre; es el Hijo de Dios que, sin dejar la gloria del Padre se ha hecho presente entre nosotros. Ese Niño que nace en Belén es Dios, y por eso los ángeles del cielo lo adoran y han entonado el cántico más grandioso y sencillo que oyó la tierra: “Gloria a Díos en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (Lc 2, 14). Ese Niño es Dios, y por eso los profetas lo anunciaron, y su anuncio se cumplió en la historia. Ese Niño es Dios, y porque lo es, una estrella lo señala desde las alturas; y porque es Rey de reyes y Señor de los señores llegaron los reyes de Arabia y Sabá a depositar junto a su cuna los tesoros, los cetros y las coronas.

Poco importa que sea un Niño recién nacido, ni su apariencia pobre, frágil y humilde. Él es el Hijo de Dios, el Hijo “por medio del cual (Dios) ha ido realizando las edades del hombre” (Heb 1,3). Él es el reflejo de la gloria del Padre, impronta de su ser, tan excelso y omnipotente, que sostiene el universo y la creación entera se rinde a sus pies. Este es el Niño objeto de nuestras miradas en la cuna de Belén.

Pero no es esto sólo; y aquí está el prodigio, sólo posible por la sabiduría y el amor misericordioso de Dios. Este Niño es Hombre también. Sin dejar de ser Dios se ha hecho hombre de nuestra misma naturaleza; siendo eterno y engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal, con un cuerpo y un alma como los nuestros, formados en las entrañas purísimas de una mujer, la Virgen María.

Hay pues en Él dos naturalezas, una divina y otra humana, que al unirse, en nada cambian y permanecen distintas, por las que es Dios y Hombre pero una sola Persona, la misma que tiene desde toda la eternidad como Hijo de Dios; porque no debe ni puede perderla; es la que rige, gobierna y sirve de supuesto a la naturaleza humana que tomó en el tiempo y ha elevado a una dignidad incomparable. Este es el misterio del Niño Dios, el misterio de nuestro Redentor y Salvador, que nació hace más de 2000 años y que está en medio de nosotros: Él es el Enmanuel, Dios-con-nosotros.

Dios entra en nuestra historia

3. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Este es el motivo de nuestra alegría navideña, el contenido propio de la fiesta de Navidad.

No celebramos simplemente el nacimiento de un niño. Aquí ha ocurrido algo más: el Verbo de Dios, el Hijo mismo de Dios se hace carne. Dios viene a habitar entre nosotros, se hace uno de los nuestros, entra en nuestra historia personal y colectiva. Él se ha unido tan inseparablemente con el hombre: es efectivamente Dios de Dios, luz de luz, y, a la vez, sigue siendo verdadero hombre. Así vino a nosotros efectivamente el eterno sentido del hombre, del mundo y de la historia humana de tal forma que se le puede contemplar e incluso tocar (cf. 1 Jn 1,1). Pero este sentido no es simplemente una idea. El sentido es una Palabra, y la Palabra es una persona: es el Hijo de Dios que nos conoce, nos ama, nos llama, nos perdona y quiere darnos su misma vida. El viene para y por cada uno de nosotros. A quien le recibe en la fe, le purifica de sus pecados y le concede el poder ser hijo de Dios, participar de la vida de Dios sin fin.

Ésta en la buena Noticia de la Navidad: Desde entonces existe un sentido para el hombre, para el mundo y para la historia. Y el sentido es Dios. Y Dios es amor, es bondad y misericordia. Dios no es un ser alejado, al cual nunca se puede llegar. Dios se halla totalmente próximo, al alcance de la voz y de la mano; a Dios se le puede alcanzar siempre. Él tiene tiempo para mí, tanto tiempo que hubo de yacer en un portal y que permanece siempre como hombre.

Necesidad de contemplar, adorar acoger y llevar

4. Dejémonos guiar por el evangelista san Juan, y dirijamos nuestra mirada y nuestro corazón al Verbo eterno, a la Palabra que se hizo carne y de cuya plenitud hemos recibido gracia sobre gracia (cf. Jn 1, 14.16). Esta fe en la Palabra que creó el mundo, en Aquel que vino como un Niño, esta fe y su gran esperanza parecen, por desgracia, alejadas hoy de la realidad de la vida de cada día, pública o privada. Parece una verdad es demasiado grande para ser acogida. Pero sin ella, sin Dios, sin su Palabra, el mundo resulta cada vez más caótico, crispado y violento. Si la luz de Dios, la luz de la Verdad, se apaga, la vida se vuelve oscura y sin brújula.

Dejemos que nuestros ojos y nuestro corazón se abran al misterio de este día y así podamos ver. Caigamos de rodillas a los pies de ese Niño y postrémonos ante Él en adoración. Sí, hemos de hacer todo esto, pues su venida a la tierra tiene como objeto asumir en sí todo lo creado, reconstruir lo que estaba caído y restaurar de ese modo el universo. Vino del cielo y se hizo hombre, para llamar de nuevo al Reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado, para librarnos de la esclavitud del pecado -origen de todos los males-, y de la muerte eterna, para hacernos partícipes de la misma vida divina y convertir nuestra vida natural y humana en sobrenatural y divina, para hacernos hijos de Dios dando así comienzo a la nueva creación mucho más maravillosa que la primera.

Acojamos con fe y proclamemos a todos con alegría la salvación de Dios que llega a todos los confines de la tierra y “verán la victoria de nuestro Dios” (Is 52, 10). Miremos con fe porque en esa cuna descansa el que es la Luz que ilumina y enseña el camino a todos: a los poderosos a ser humildes, a los ricos a saber vivir más pobremente y compartir con los necesitados, a los afligidos a descubrir en Dios su esperanza, a los que llevan los destinos de los pueblos a mejor servir e implantar la justicia y a todos a saberse respetar y amar más.

Oración y felicitación

5. En esta Navidad pidamos a este Niño-Dios que la violencia sea vencida con la fuerza del amor, que los enfrentamientos cedan el paso a la reconciliación, que la prepotencia se transforme en humildad, y en deseo de perdón, de justicia y de paz. Que los deseos de bondad y de amor que nos intercambiamos en estos días lleguen a todos los ambientes de nuestra vida cotidiana. Que sea un aldabonazo de nuestras conciencias ante una ‘cultura de la muerte’, para que aprendamos a respetar toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural. Que sea respetada toda persona humana porque todo hombre y mujer gozan de la misma dignidad, que Dios les da. Que la paz esté en nuestros corazones, para que se abran a la acción de la gracia de Dios. Que la paz y el amor reine en las familias. Que el mensaje de solidaridad y de acogida que brota de la Navidad contribuya a crear una sensibilidad más profunda ante las antiguas y nuevas formas de pobreza, ante el bien común, en el que todos estamos llamados a participar. Que todos los miembros de la comunidad familiar, en especial los niños, los ancianos, las personas más débiles, puedan sentir el calor de esta fiesta, y que se dilate después durante todos los días del año.

Que la Navidad sea para todos la fiesta del amor, de la alegría y de la paz: porque nos ha nacido el Salvador, el Príncipe de la paz. A todos os deseo una Navidad llena de Amor, de Paz y de Felicidad; una Navidad llena de Dios.

domingo, 15 de diciembre de 2019

VÍDEOS MUNILLA: CONSEJOS AL CLERO JOVEN



Domingo, 15 de diciembre de 2019
Basándose en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, explicó en Nules el pasado 28 de noviembre al clero joven de la diócesis de Segorbe-Castellón cinco puntos que conforman la vida y el apostolado del sacerdote

viernes, 13 de diciembre de 2019

EL SEGUNDO MILAGRO DE EMPEL. 1941, CUANDO EN LA FIESTA DE LA INMACULADA SE SALVÓ LA DIVISIÓN AZUL

División Azul-Misa de campaña
Fue también el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, patrona de la infantería española pero no de 1585 sino de 1941. Desde los gloriosos tiempos de los Tercios a raíz del milagro de Empel, en la guerra de Flandes, la Inmaculada Concepción ha sido y es venerada como Patrona de la Infantería Española. Incluso en nuestros mismos días la Virgen en la entrañable advocación del Pilar ha sido inspiración y esperanza de los agentes de la Guardia Civil en los momentos más difíciles del terrorismo en Vascongadas, como ellos mismos han explicado.

Esa devoción y esa relación tan especial entre la Inmaculada Concepción y el Ejército español se puso de manifiesto también en muchos momentos especialmente importantes de la historia de España como en la Guerra Civil o Cruzada Nacional de 1936-1939. Y se manifestó también en la gran aventura idealista de contenido patriótico, anticomunista y católico que fue la División Azul en Rusia, entre 1941 y 1944.

Una batalla fundamental de la División Azul en Rusia a los pocos meses de su llegada al frente fue la de la cabeza de puente del río Voljov, dentro de las operaciones del sitio alemán de Leningrado (San Petersburgo). El centro neurálgico de esa batalla fue la lucha por la población de Possad entre noviembre y diciembre de 1941.

Possad era una posición aislada a 13 kms de las líneas españolas donde durante el citado mes se desarrolló una batalla muy dura entre el Regimiento 269 de la División Azul y fuerzas rusas superiores en número. La posición que formaban Possad y otras aldeas de la zona fue asaltada por fuerzas soviéticas con empleo de aviones ,tanques, lanzallamas y artilleria pesada. Los soldados españoles respondieron luchando con gran coraje a temperaturas medias de casi 30 grados bajo cero logrando rechazar todos los ataques rusos, algunos de los cuales llegaron a ocupar parte de la posición hasta ser expulsados por los contraataques de los soldados españoles.

Además el camino de 13 kms hasta el resto de las posiciones españolas al otro lado del río era constantemente minado y atacado por los rusos con amenaza de ser cortado. Esta batalla, sobretodo durante sus últimos días, a partir de inicios de diciembre de 1941 forma parte de lo que la historiografía militar alemana conoce como batalla del saliente de Tikhvin, donde la División Azul y la vecina división alemana 126 jugaban un papel fundamental para frenar una gran ofensiva soviética para liberar Leningrado, puesta en marcha a partir del 3 de diciembre. La División Azul se enfrentaba a 2 divisiones soviéticas y la 126 alemana a otras cinco.

En Possad y la cabeza de puente murieron unos 500 soldados españoles y el doble de rusos, más de 1.000. Pero pese al heroísmo de los soldados españoles, la situación se volvía crítica para la División Azul. Sus bajas estaban siendo muy altas, los heridos se contaban por miles y la superioridad numérica rusa era muy clara. En realidad todo el frente alemán en Rusia se tambaleaba en aquellos momentos, bajo el contraataque de fuerzas rusas muy superiores, a temperaturas polares.

El general Muñoz Grandes que mandaba la División se dió cuenta de que, si la cabeza de puente del Voljov cuyo centro era Possad cedía, se perdería de golpe la mitad de la División Azul. A partir de diciembre los soldados españoles ya solo podían mantener abierta la carretera que conectaba Possad y el resto de la cabeza de puente del Voljov con el resto de las líneas españolas al otro lado del río, con gran esfuerzo y sufriendo grandes bajas.

Pero lo más grave de todo era que si la cabeza de puente, que ya estaba muy presionada, se venía abajo, podía perderse toda la División Azul si los rusos seguían avanzando y llegaban a Novgorod, lo que parecía posible ante la falta de reservas. El 7 de diciembre el general Muñoz Grandes fue informado de que las posiciones españolas en la cabeza de puente estaban ya casi totalmente cercadas por fuerzas rusas muy superiores y que era imprescindible una inmediata retirada al oto lado del río para evitar una catastrófica rendición de la mitad de la DivisIón Azul a las fuerzas rusas. Si la retirada se aplazaba solo 24 horas más tarde sería ya tarde. Así pues el general Muñoz Grandes se decidió a ordenar la evacuación de la cabeza de puente hacia el otro lado del río Voljov ante el riesgo inminente de que la División fuera cercada y envuelta por los rusos. Las fuerzas alemanas de la zona también se retiraron.

Fue una sabia decisión tomada justo a tiempo. De esta forma la División pudo recuperarse, restablecer un frente sólido y prepararse para las duras batallas del año 1942. Se dió la circunstancia de que el día que se llevó a cabo la retirada táctica fue el 8 de diciembre, dia de la Inmaculada Concepción, Patrona de la Infantería Española. Concretamente empezó en la noche del día 7 pero fue durante la madrugada del ya día 8 cuando se llevó a cabo toda la fase principal del repliegue. Fue un éxito táctico. Los rusos se vieron sorprendidos y la retirada se completó sin apenas bajas españolas.

Quien no tenga Fe lo considerará una casualidad pero para el Cielo no hay casualidades . El hecho fue que el día de la Inmaculada Concepción, patrona de la Infantería española la División Azul se salvó en el último momento de un destino que podría haber sido fatal. Tal vez no sea de extrañar, teniendo en cuenta que aquellos soldados de la División Azul también honraron a la Virgen en ocasiones, rezando el Rosario cuando podían y teniendo en cuenta también que sobre su religiosidad hay numerosos testimonios.

RAFAEL MARÍA MOLINA

María Inmaculada, la mujer más bella de la historia

Santa Bernadette Soubirous tuvo la dicha de contemplar la incomparable belleza de la Santísima Virgen. Al no poder describirla, por la limitación del lenguaje humano, dijo: “Es tan hermosa que cuando se le ha visto, aunque sea una vez, quisiera una morirse para volver a verla”. Cuentan sus biógrafos que cuando la santa intentaba imitar la sonrisa y expresión de la Virgen, su rostro se volvía bellísimo y angelical, causando gran asombro en los presentes.

Celebramos con gozo una gran solemnidad mariana en honor a su Inmaculada Concepción. El dogma de fe declara que, por una gracia especial de Dios, Ella fue preservada de todo pecado desde su concepción. Fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus. Siglos antes en España ya existía una gran devoción a la Inmaculada.

La Virgen no tiene mácula de pecado. Es bella sin parangón porque Dios la preservó de toda fealdad y corrupción, consecuencia del pecado original. Algunos santos veían el auténtico aspecto, terrorífico y hediondo, de las almas que no estaban en gracia. No hablemos más de la fealdad del pecado. Cantemos la belleza de Aquella concebida sin pecado, que aplastó la cabeza a la sierpe infernal. Meditemos sobre su belleza, no sólo la interior, manantial de todas las virtudes, sino sobre su belleza física indescriptible. Limitados para comprender misterios tan inefables vamos a hacerlo a través de los santos, los que mejor han expresado su hermosura.

El historiador D. Rafael María Molina, gran devoto de la Virgen, comparte con nosotros las principales reflexiones de los santos en torno a la belleza de Nuestra Madre del Cielo.

¿Por qué es tan difícil describir la belleza de María?

Porque es un osado propósito hablar con lenguaje humano sobre la exquisita hermosura de la Virgen María. En este punto se detiene la lengua y se frena la escritura. Porque no es posible expresar algo tan sublime, que no se puede comprender con nuestro limitado entendimiento. No obstante, algo hemos de decir, como niños pequeños, si deseamos bosquejar el retrato y álbum de las perfecciones de la Virgen. Sus admirables virtudes realzan todavía más la hermosura de su naturaleza y de sus gracias y son las joyas con que se adorna.

Santo Tomás de Aquino, el doctor angélico, insiste en el principio de que cuanto más cerca está una cosa de su origen tanto más participa de su bondad, de su verdad y de su hermosura soberana. En virtud de esta enseñanza, queda claro, que la Madre de Dios es la criatura más cercana a la Divinidad, más emparentada con la Trinidad Beatísima y por eso le convenían todas las perfecciones, incluida la belleza exterior. Además la Santísima Virgen conservaba toda la hermosura, que nos está privada a los demás por el pecado original. Y todavía la aumentó inmensamente con la gracia de su Inmaculada Concepción.

¿Por qué convenía que la Virgen fuese bella, no sólo espiritual, sino físicamente?

Porque el cuerpo de la Virgen fue ordenado para que preparara carne divinísima al Verbo de Dios. Por ello convenía que su cuerpo estuviera perfectísimamente formado y que la materia fuera la idónea para obra tan grande como la que se había de edificar. Cristo, careciendo de padre terreno, fue totalmente semejante a su Madre con la lógica diferenciación de sexos. Afirma Santo Tomás de Villanueva que Cristo fue enteramente parecido a su Madre no sólo en el aspecto sino en las costumbres, palabras y porte.

San Antonino dice al respecto: “La Santísima Virgen tuvo una apariencia óptima y una complexión corporal perfectísima”. El alma de María, adornada con las más excelentes dotes, exigía un cuerpo exquisito en el que se reflejara la plenitud de la Gracia que había recibido.

Explica el padre Alastruey que Dios al formar al primer hombre tenía en su mente a Cristo, cuyo origen tenía que venir de Adán. Tertuliano imagina a todo un Dios ocupado y consagrado con manos, sentido, obra y sabiduría trazando los rasgos de la Virgen y el afecto con que lo hacía. Si Dios formó con tal cuidado el cuerpo de Adán porque de él, después de muchas generaciones, tomaría carne el Verbo, mucho más cuidado, consejo, providencia y afecto habría de tener en la formación del cuerpo y del rostro de María, de la cuál iba a nacer en una única generación.

¿Cómo describen los santos teólogos la belleza de María, irradiación de sus virtudes?

Todos los teólogos santos han sido muy devotos de María y serían interminables las referencias a su belleza y hermosura en todos los órdenes. A modo de pincelada podemos citar algunas:

San Ambrosio escribió un excelente retrato sobre la hermosura de la Virgen: “Nada de sombrío ni de duro en su mirada; ni el más mínimo atisbo de orgullo en su gesto ni en su forma de caminar. Nada de inmoderado en sus palabras ni en el tono de su voz. En todos sus movimientos había algo tan sublime que al andar parecía no tanto apoyarse sobre la tierra, como ascender a cada paso un nuevo peldaño de la perfección”.

Santo Tomás de Villanueva expresó con precisión otra de las condiciones de la belleza de nuestra Santísima Madre: “La pura Inmaculada Virgen hacía vírgenes a los que la miraban: era una virginidad fecunda en virginidades”

Lo mismo expresó San Buenaventura, quien recibió esta doctrina de su maestro Alejandro de Arles, quien enseñaba: “La Bienaventurada Virgen por su solo aspecto extinguía en los que la miraban toda impresión de concupiscencia”. San Ambrosio escribió: “Tan grande era su gracia que no sólo conservaba en ella la flor de su virginidad, sino que inspiraba también a todos los que se acercaban, el amor de la castidad. Como Ella visitó a San Juan Bautista, no es extraño que este dichoso Niño quedase puro de cuerpo, pues que la Madre del Señor le había embalsamado durante 3 meses con el aceite de su presencia y el perfume de su hermosura”.

San Juan Damasceno abundó en la misma idea: “¿Cómo describiré la belleza de vuestro rostro, vuestra dulce alegría y conversación amable que emana de un corazón todo bondad?”

San Francisco de Sales ponderaba la belleza de la Virgen llamándola aurora del día eterno: “Ayer me di cuenta de la dicha de ser hijo, aunque indigno de nuestra gloriosa Madre, estrella del Mar, hermosa como la luna”.

¿Cómo la describen los santos que han tenido el privilegio de haberla visto en vida así como los videntes de las apariciones reconocidas por la Iglesia?

Lucía de Fátima la describió así: “Llevaba un vestido blanco que le llegaba casi hasta los pies. Le cubría la cabeza un manto blanco y de la misma largura. Su vestido tenía dos cordones dorados que caían del cuello y se juntaban en una borla dorada a la altura de la cintura. La edad que representaba era de unos 15 años. El resplandor que la envolvía era muy brillante y más bonito que la luz del sol. Sus pies eran de color blanco, creo que llevaba medias”.

Maximino Giraud y Melanie Mathieu (los niños de la Salette): “La Señora era alta y de apariencia majestuosa. Tenía un vestido blanco con un delantal ceñido a la cintura, no se podría decir que era de color dorado pues estaba hecho de una tela no material, más brillante que muchos soles. Sobre sus hombros lucía un precioso chal blanco con rosas de diferentes colores en los bordes. Sus zapatos blancos tenían el mismo tipo de rosas. De su cuello colgaba una cadena con un crucifijo. De su cabeza una corona de rosas irradiaba rayos luminosos como una diadema. En sus preciosos ojos, las lágrimas rodeaban sus mejillas. Una luz más brillante que el sol pero distinta a éste le rodeaba.

Santa Catalina Labouré: “Creí oír un roce como de un vestido de seda y vi a la Santísima Virgen. De mediana estatura, su rostro era tan bello que no podría describirlo”.

Santa Faustina Kowalska vio así a la Madre de Dios: “Entre una gran claridad vi a la Santísima Virgen con una túnica blanca, ceñida de un cinturón de oro, y unas pequeñas estrellas también de oro en todo el vestido. [… ] Tenía un manto de color zafiro, puesto ligeramente sobre los hombros. En la cabeza tenía un velo liviano transparente, el cabello suelto arreglado espléndidamente y una corona de oro” Otro día la vio bajo un aspecto ligeramente diferente “Durante la Santa Misa vi a la Virgen Santísima tan resplandeciente y bella que no encuentro palabras para expresar ni siquiera la más mínima parte de su belleza. Era toda blanca, ceñida con una faja azul, el manto también azul, la corona en su cabeza. De toda la imagen irradiaba un resplandor inconcebible”.

Santa Teresa de Jesús describía así a la Reina del Cielo: “Era grandísima la hermosura que vi en Nuestra Señora, vestida de blanco con grandísimo resplandor que no deslumbraba porque era suave. Me parecía Nuestra Señora muy Niña….”

Para concluir estas reflexiones sobre su belleza, ¿El gozo de los bienaventurados en el cielo se aumenta por la presencia y visión de la gloriosísima Virgen María?

Efectivamente. Por ejemplo Dionisio el Cartujano, importante asceta medieval, afirmaba: “la presencia y la vista de la Virgen en el Reino de los Cielos aumenta inefablemente el premio de los bienaventurados”.

La famosa obra mariana, Tratado de la Virgen Santísima del canónigo Gregorio Alastruey, uno de los mayores textos marianos en español del siglo XX, insiste en este punto. Como el gozo nace del amor, cuanto más se ama a alguien más se goza en su presencia en contemplación y estando en su compañía. Las almas salvadas saben, y tienen conocimiento de ello en el cielo, que en orden a su salvación han debido más a la Santísima Virgen que a todos los santos juntos.

El conocer, como sabremos entonces, que en tantas ocasiones nuestra querida Madre nos salvó de peligros y ocasiones de pecados, nos llenará de gratitud hacia Ella. El saber que tal vez íbamos a morir en pecado grave y su intercesión nos concedió tiempo de conversión, hará que la amemos con gran intensidad filial, como hijos perpetuamente agradecidos. Y ello nos hará inmensamente felices disfrutando además de su eterna compañía de una forma parecida a como un niño muy pequeño se siente inmensamente feliz sólo con saber que tiene a su madre cerca.

San Leonardo de Porto Mauricio, extraordinario predicador del siglo XVIII decía que cuando entremos en el Cielo “v

eremos a nuestra soberana Emperatriz acogiéndonos con una amabilísima sonrisa y fijando en nosotros una de esas miradas que enamoran al Paraíso. Llena de alegría nos dirá: “Venid que yo también quiero bendeciros”. Echándonos sus brazos al cuello nos dará un abrazo de Madre”.