Divina Misericordia

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El pueblo de Altura proclama su fe entorno a la Virgen de Gracia

Cientos de alturos y valencianos se han acercado a adorar a la Virgen de Gracia, Patrona de la Villa de Altura, Reina, Alcaldesa perpetua y Abogada contra la peste

La celebración de uno de los días más grandes de la localidad empezó ayer sábado con "El Canto de la Aurora" por las calles de la Villa, a continuación tuvo lugar la llamada "Misa del Alba" por la Abogada contra la Peste, con volteo general de campanas. Ya entrada la mañana se realizó un "Pasacalle" por la Banda de Música "Unión Musical y Cultural de Altura", recogiendo a las Camareras de la Virgen de Gracia. A las 11:30 horas se celebró la Santa Misa en honor a la Virgen de Gracia, Patrona de la Villa de Altura.

Bajo el patrocinio del Excmo. Ayuntamiento, la Cofradía Virgen de Gracia y la empresa Hiper Riego, se repartieron las típicas
"Calderas" en la Plaza Mayor. Por la tarde, Altura sacó en procesión a Su Patrona, la Virgen de Gracia en Solemnísima Procesión.

Hoy domingo, se ha procedido tras la Misa Cantada de Acción de Gracias al tradicional Besamanos de la Virgen, como acto de veneración y rendido homenaje de la gratitud de los hijos de Altura y Alturanos a su Patrona.

La Virgen de Gracia es una advocación mariana muy arraigada en las tierras del Levante español así como en otras zonas de la Península. Esta advocación mariana tiene sus orígenes en la frase que el Arcángel San Gabriel dijo a María el día de la Anunciación
"Dios te salve María, llena eres de gracia".

La Virgen, se cuenta la leyenda, libró a la Villa de Altura de la Peste, epidemia que afectó a la Europa Medieval y parte de la época moderna hasta el año 1894. En el siglo XVII, se calcula que en España murió un millón de personas sobre una población que no alcanzaba los siete millones, pero la
"muerte negra" como así se llamaba a "la peste" no penetró en Altura, siendo incluso la vecina localidad de Segorbe también afectada por esta epidemia. Según cuenta la leyenda, los segorbinos que se subían al Monte de San Blas a oír las campanas de San Miguel de Altura, no llegaron a estar afectados por la enfermedad mortal. Altura pues, en gratitud a la defensa de la Virgen, la Villa la proclamó "Abogada contra la Peste".

Redacción/El Informal Segorbino

sábado, 25 de septiembre de 2010

Los católicos se suman a la Huelga General

*El Consejo de Laicos del Arzobispado de Madrid invita a los católicos a sumarse a la huelga general "con algún distintivo de color blanco"

"Convocamos a todos, trabajadores o no, a la acción, a la justa protesta ante la crisis por parte de las personas de buena voluntad que no se sienten representados ni por unos ni por otros", dice el Consejo de Laicos de Madrid, en un comunicado firmado por su presidenta Lourdes Fernández de Bulnes.

Con un objetivo muy concreto. "Para que libres de presiones externas, podamos expresar visualmente a todos los demás nuestra protesta pacífica en cualquier lugar en que nos encontremos y sintamos la cercanía de todos los que, como nosotros, lleven un distintivo blanco".

A continuación, el Consejo de Laicos del arzobispado madrileño se extiende sobre las razones que justifican la huelga del pañuelo blanco. Primero, porque "nadie mínimamente informado puede dejar de sentirse preocupado por esta situación".

En segundo lugar, porque no es tiempo de "amilanarnos" ni de "quejarnos, sino de participar más activamente en la vertebración social". Eso quiere decir más en concreto, según el Consejo de Laicos, que "es el momento de implicarnos en política: momento de la preocupación y de la responsabilidad por los demás. Nuestro compromiso asociativo, sindical y político es más urgente que nunca".

A través de ese compromiso de los cristianos, se pretende conseguir una "regeneración democrática", para que "la exigencia de rendir cuentas al pueblo por una representatividad que hemos dado y han perdido, sea permanente y no sólo cada cuatro años, sin compromiso alguno".

Una regeneración democrática para que "los gobernantes coloquen en el centro de sus actividades y reivindicaciones a las personas, especialmente a los más empobrecidos, los hagan protagonistas de sus acciones y rompan el pragmatismo imperante".

Porque, para el Consejo de Laico de Madrid, "no saldremos de la crisis económica con justicia y humanidad si no rectificamos el rumbo y nos empeñamos en volver al mismo camino que seguíamos antes de la crisis".

Por su parte, la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), considera que hay razones suficientes para la Huelga General según señala su presidenta María Pino Jimenez quien asegura que “lo que se pretende es que los trabajadores se queden sin protección alguna y se vean obligados a aceptar las condiciones de trabajo que generen más beneficios para el capital”.

“La Iglesia –añade Jiménez– siempre ha defendido la primacía del ser humano sobre el capital y el propio Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate nos recuerda que el primer capital a salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad”.

En ningún caso, su conformidad con la protesta laboral significa un cheque en blanco a los sindicatos, pues considera que “su futuro va a depender de que los trabajadores más pobres sean su núcleo, fundamento y orientación, y de que desde ellos se planteen la solidaridad con todos los pobres del mundo”.

En la misma línea crítica con los sindicatos se ha pronunciado la Comisión Nacional de las Hermandades del Trabajo. La copresidenta de esta organización apostólica, Marisa San Juan, es categórica al hablar de la huelga del 29-S: “Es justa y necesaria como defensa de unos logros, que no privilegios, que con la reforma laboral se han perdido”. Y porque, además, “debe ser también un acto de protesta ante la injusticia que suponen las actuaciones de nuestras autoridades”.


Buscar otro modelo

Para el director del Departamento de Pastoral Obrera de la Conferencia Episcopal, Fernando Díaz Abajo, “los cristianos estamos llamados a mirar la realidad y la reforma laboral, desde una perspectiva bíblica y, más en concreto, desde los pobres, a quien Jesús convierte en jueces”. Cree que hay que “buscar caminos para que el modelo de producción y consumo sea otro que permita vivir y cultivar la vida personal, familiar, cultural, social y religiosa”.

Delegaciones diocesanas de Pastoral Obrera como las de Canarias, Ciudad Real, Coria-Cáceres, Madrid, Sevilla y Zaragoza han expresado su comprensión de los motivos que han llevado a los sindicatos a convocar la huelga general.

Un prelado que sí se pronunció fue el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz, quien en una cita con los líderes provinciales de UGT y CCOO les transmitió su preocupación “por las consecuencias que la falta de trabajo y el deterioro del mundo de las relaciones laborales tienen de manera directa sobre los trabajadores y sus familias”. Además, recurriendo al número 304 del Compendio del magisterio social recopilado por el Pontifico Consejo de Justicia y Paz, explicó que “la huelga, según la Doctrina Social de la Iglesia, es moralmente legítima cuando es un recurso inevitable para conseguir un beneficio proporcionado en relación al bien común”.

Fuente: jarabeauténtico

domingo, 19 de septiembre de 2010

El obispo de Segorbe-Castellón insta a recuperar la participación en familia en la EucaristíaMonseñor Casimiro López Llorente titula su carta dominica

Monseñor Casimiro López Llorente titula su carta dominical de esta semana "En el centro, la Eucaristía". En ella, el obispo de Segorbe-Castellón señala que "hemos de recuperar la participación en la Eucaristía todos los domingos y fiestas de precepto, y hacerlo en familia".

Queridos diocesanos:La Eucaristía es el bien más precioso que tenemos los cristianos. Centro de la vida de todo cristiano y de toda comunidad cristiana es un misterio que hemos de conocer mejor para creerlo, celebrarlo y vivirlo, como nos ha recordado Benedicto XVI.

La Eucaristía es el don que Jesús hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. Es la manifestación mayor del amor de Dios por la humanidad. Si el amor supremo es la donación y la entrega de sí mismo por el bien del otro, en la Eucaristía celebramos, actualizamos y tenemos la entrega total, en cuerpo y sangre, de Jesucristo en Sacrifico al Padre por la salvación de la humanidad, su fin último. En la Eucaristía, Jesús no da ‘algo’, sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre; entrega toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Jesús es además el Pan de vida (Jn 6,51), que el Padre eterno da a los hombres. En la Eucaristía nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento. En el don eucarístico, Jesucristo nos comunica la misma vida divina. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas más allá de toda medida. En la Eucaristía, Cristo se une con cada uno de nosotros, genera unidad y fraternidad, hace y edifica su cuerpo, la comunidad de los cristianos, la Iglesia. En la Eucaristía, presencia real de Cristo, el Emmanuel, el “Dios con nosotros”, se queda con nosotros de modo eminente. El amor humano es efímero, acaba con el tiempo; sólo el amor de Dios permanece. Todos nos abandonarán, sólo Dios, en la Eucaristía, permanecerá junto a nosotros por los siglos de los siglos. Por eso la Eucaristía debe ser lugar de encuentro, lugar donde el amor de Dios y nuestro amor se entrecrucen. A Cristo Sacramentado le mostramos nuestro amor respondiendo con el nuestro: es nuestra adoración.

Nos urge descubrir, conocer y acoger la riqueza contenida en la Eucaristía. Sólo así se avivará nuestra fe en ella, y nuestra fe en Dios, Uno y Trino, el Dios que es amor. Si creemos de verdad en la Eucaristía, esta fe nos ha de llevar a participar frecuentemente, y a hacerlo de un manera activa, plena y fructuosa, debidamente preparados. Conscientes de que la Eucaristía es principio de vida para el cristiano y para la Iglesia, hemos de recuperar la participación en la Eucaristía todos los domingos y fiestas de precepto, y hacerlo en familia. Nuestra participación en la Misa no ha de ser para cumplir una obligación, sino fruto de una necesidad sentida. Que bien lo entendieron aquellos cristianos de Bitinia, que, pese a la prohibición bajo pena de muerte de reunirse para la Eucaristía, fueron sorprendidos por los emisarios del emperador, a quienes contestaron: Sin Eucaristía no podemos existir. La vida de fe peligra cuando ya no se siente el deseo de participar en la celebración eucarística.

Pero no sólo hemos de creer y celebrar la Eucaristía, sino que hemos de vivirla en el día a día. “El que come vivirá por mí” (Jn 6,57). La Eucaristía contiene en sí un dinamismo que hace de ella principio de vida nueva en nosotros. El alimento eucarístico nos transforma y nos cambia misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; el Señor nos atrae hacia sí. La Eucaristía ha de ir transformando toda nuestra vida, privada y pública, en culto espiritual agradable a Dios. La vida cristiana se convertirá así en una existencia eucarística, ofrecida a Dios y entregada a los hermanos.

Con mi afecto y bendición/Casimiro López Llorente/Obispo de Segorbe-Castellón
Foto: archivo-blog-El Informal Segorbino

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Mons. González Montes: “Una sociedad en la que se oculta a Dios es una sociedad suicida, amenazada por la desesperanza”

Cae este año el día de la procesión de la sagrada imagen de la Virgen del Mar en el vigésimo segundo domingo del Tiempo ordinario del año litúrgico, en la canícula estival de agosto. El agolpamiento, a pesar de los calores que padecemos, de tantas personas a lo largo de la de estos últimos días en el santuario de la Virgen es expresión del amor que siente esta ciudad, mariana por su historia y por sus sentimientos, por Santa María, Madre de Dios y Señora nuestra. Después de celebrar la fiesta litúrgica, acompañamos hoy su sagrada imagen, a cuyo encuentro peregrinan tantas gentes venidas de la capital, de las poblaciones cercanas y de otras más alejadas dondequiera hay hijos de esta tierra que los vio nacer. Todo lo que ocurre en torno a la Virgen constituye una manifestación social de fe religiosa que se expresa como profesión pública de fe en Jesucristo.

Hoy damos gracias a Dios porque nos ha conservado la fe cristiana que profesamos, e imploramos de su misericordia la gracia de permanecer en esta fe recibida de nuestros padres. Con la ayuda de la santísima Virgen, nos proponemos conservar la fe, probada en tantas vicisitudes de nuestra historia y asumida personalmente con determinación, convencidos de que sólo podremos ser salvados por el nombre de nuestro Señor Jesucristo (cf. Hech 4,12).

La cultura de nuestro tiempo, en expresión del Papa Juan Pablo II, quiere aparecer conscientemente como una cultura “sin Dios y sin Cristo”, pero no puede ahogar el sentimiento religioso de las personas y los pueblos, porque no puede borrar “el recuerdo de las grandes obras que Dios ha hecho a favor nuestro”, ni puede por eso reprimir los sentimientos “del agradecimiento y la alabanza que por ellas le tributamos de todo corazón” (LXXIII Asamblea plenaria CEE, La fidelidad de Dios dura siempre, 28 noviembre 1999, n.11).

A pesar de las dificultades que la cultura agnóstica de nuestros días causa en la conciencia cristiana, este recuerdo y esta acción de gracias nos permiten afrontar la hora presente sin miedo, esperanzados y abiertos a un futuro que sólo Dios puede ofrecer. Contra los proyectos autosuficientes de los hombres, que obran como si Dios no existiera, estamos ciertos de que no es posible modificar la naturaleza humana sin destruirla ni ocultar la verdad de las cosas sin atentar contra Dios. Contra el ocultamiento de la verdad con malicia y evidente injusticia contra Dios, el Apóstol de las gentes nos recuerda que, al tratar de enmendar la plana a Dios, el hombre se engaña a sí mismo olvidando culpablemente que “lo necio de Dios, es más sabio que los hombres, y la debilidad de Dios más fuerte que los hombres” (1 Cor 2,25).

El libro de la Sabiduría se pregunta por el designio de Dios y afirma: “Los pensamientos humanos son mezquinos y nuestros proyectos caducos” (Sb 9,14). Esta autosuficiencia del hombre le ha llevado a proyectar una ordenación social carente de toda referencia a Dios, pero, al hacer así, el hombre de nuestros días siega la hierba bajo sus pies, resta consistencia al suelo sobre el que se yergue. Si la justicia que cabe esperar es la que podemos impartir los hombres sometiendo el derecho y la dignidad de las personas a las conveniencias e intereses de cada momento, según el equilibrio de las fuerzas sociales que entran en juego, cuando los intereses son contrapuestos, entonces no hay un futuro de justicia para el hombre.

Una sociedad en la que se oculta a Dios es una sociedad suicida, amenazada por la desesperanza de lo incierto, de un futuro sin garantía para el hombre, pues no conocer a Dios como fundamento y sentido de la vida es desconocer la razón de la esperanza y la verdad definitiva del amor, su consistencia y duración. Toda esperanza humana y todo amor sin Dios es una realidad frágil y perecedera. Las bellas palabras del Papa Benedicto XVI arrojan la claridad evangélica que ilumina la vida humana: “quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30)” (Benedicto XVI, Carta encíclica sobre la esperanza cristiana Spe salvi, n.27).

Pretender vivir sin Dios es ignorar culpablemente su presencia en la creación, reprimiendo la conciencia moral que Dios ha puesto en nuestro interior, cegar la fuente de la verdad y del bien, el manantial de la vida y del calor del corazón. Sin Dios se nubla la idea de verdad y de bien absolutos, fundamento de un vida vivida en la vedad y el amor.

Hay hechos y situaciones que a la luz de la revelación de Cristo aparecen ante la conciencia moral como “lesivos de la integridad de la vida del hombre y, por tanto, como pecado contra el Creador bueno, cuyo deseo es que el hombre tenga vida en abundancia” (La fidelidad de Dios dura siempre, n.11); pero, cuando se reconoce a Dios como fundamento de la vida, entonces se reconocen también los errores y el pecado, sin caer en la desesperanza. Es Dios quien tiene la última palabra, y allí “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rom 5,20) «quia Deus semper maius», porque Dios es siempre más grande, y “está por encima de nuestra conciencia” (1 Jn 3,20).

La Iglesia, que somos todos los bautizados, no quiere ocultar sus pecados, sino que todos nos mantengamos en permanente espíritu de conversión y confiemos en la misericordia de Dios, los fieles igual que los ministros. También necesitan conversión los que desde un laicismo autocomplaciente miran los pecados de la Iglesia con satisfacción tendrán que responder ante la justicia de Dios. Los cristianos confesamos que somos pecadores y, por eso, el sacerdote suplica antes de recibir la sagrada Comunión: “No mires nuestros sus pecados, sino la fe de tu Iglesia”. La confianza que la Iglesia tiene puesta en Dios descansa sobre la revelación de la misericordia divina en la cruz de Cristo, misericordia que no anula sino que “triunfa sobre el juicio” (Sant 2,13), porque el amor de Cristo ha cargado con nuestros pecados y en su sacrificio Dios ha aniquilado nuestras culpas; de modo que Cristo “murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para él, que murió y resucitó por ellos” (2 Cor 5,15). Es lo que quiere decir el autor de la carta a los Hebreos, que hemos escuchado: “Vosotros no os habéis acercado a un fuego encendido (…) Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo (…) y al Mediador de la nueva Alianza, Jesús” (Hb 12,18.22.24). Dios no nos ha hablado desde la tormenta de densos nubarrones como a Moisés y a los israelitas en el desierto, sino por medio de Jesucristo, que habla palabras de Dios en palabras de los hombres, en gestos de amor y de misericordia, que nos manifiestan el amor de Dios por nosotros.

María es la gran figura de la ciudad de nueva de Jerusalén, ella es la imagen de la Iglesia como congregación de los santos y humanidad redimida y salvada por Cristo; y, por eso, María es el modelo del discípulo que acoge en la fe la gracia como revelación del amor de Dios. Convencida de su pequeñez, acepta agradecida el designio de Dios sobre ella y prorrumpe en alabanza, “porque ha mirado la humillación de su sierva” (Lc 1,48). La actitud de María es la contraria a la de aquellos que se apresuran a ocupar los primeros puestos en el banquete ofrecido a Jesús por uno de los principales fariseos. La humildad de María encarna la actitud aconsejada por la sabiduría divina, que invita a proceder con humildad y hacerse pequeño en las grandezas humanas para alcanzar el favor de Dios, que “revela sus secretos a los humildes” (Eclo 3,29). Esta es la actitud que Santiago aconseja a los cristianos: “Humillaos ante el Señor y el os ensalzará” (Sant 4,10).

Contra una cultura de la pasión por la riqueza y la acumulación de poder, asentada sobre el placer como objetivo inmediato, la crisis económica, social y moral que padecemos desvela que detrás de esta situación de necesidad y grave desorden hay también culpa de los hombres. Los proyectos humanos carecen de consistencia y están expuestos al fracaso, porque todo lo humano está marcado por la ambigüedad y amenazado por el pecado. El egoísmo y la búsqueda del propio interés, la burla de las leyes justas, destinadas salvaguardar el bien común, los crímenes contra la vida, las ofensas contra la dignidad humana y la falta de aprecio, cuando no el desprecio explícito de los derechos humanos y valores morales que han de regir una vida honrada y grata a Dios, y otras actitudes y hechos similares, son clara manifestación de la culpa del hombre, de su condición pecadora. Por ello, el hombre tendrá que responder ante la justicia de Dios, que no podrá ignorar. La justicia divina será inexorable, porque un mundo a merced del cinismo del poder y de las ideologías, que sólo descansara sobre su propia justicia, dice Benedicto XVI, sería un mundo sin esperanza de la única verdadera justicia, que es la justicia eterna de Dios.

Precisamente, el juicio de Dios es motivo de esperanza para la humanidad, añade el Papa, porque es justicia y es también gracia (Spe salvi, n.47). Esperamos la salvación de la misericordia de Dios, pero no habrá misericordia sin reconocimiento humilde de nuestras limitaciones y pecados. Si no reconocemos ante Dios que no nos es posible vivir sin Él, porque la voluntad de Dios y su designio de amor son la única garantía de nuestro futuro. Dios es rico en perdón y misericordia, y dice al que a él se acerca confiado: “Yo tengo designios de paz, y no de aflicción, de daros un porvenir de esperanza” (cf. Jer 29,11). Paz que es salvación eterna.

Con María, Estrella del Mar y de la santa Esperanza, queremos reconocer en Cristo crucificado el inmenso amor de Dios por el mundo; y con ella, elevada al cielo con su Hijo, confiamos a Dios nuestra fe en el triunfo de la vida, porque creemos que la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte es aniquilación del pecado. Con María, “mujer eucarística”, esperamos que el pan que ahora vamos a consagrar para entregarlo a todos, convertido en el Cuerpo y Sangre de Cristo, dé a cuantos se acercan a la mesa del altar la fuerza que renueve nuestras vidas necesitadas de Dios.

Que la Virgen del Mar, nuestra Patrona, así nos lo obtenga de su divino Hijo y nos ampare en la vida y en la muerte. Amén.

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
Fuente: agenciasic.es

Papa: "No puede haber paz sin respeto del ambiente"