Queridos diocesanos: ¡Cristo ha resucitado! Y lo ha hecho por todos nosotros. El es la primicia y la plenitud de una humanidad renovada. Su vida gloriosa es como un inagotable tesoro, que todos estamos llamados a compartir desde ahora.
Mediante el bautismo, la nueva Vida del Resucitado ha entrado en nuestra ser y existencia y no dar ya ahora germinalmente, la gracia de nuestra futura resurrección. La Carta a los Colosenses recuerda a los bautizados: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios...”. En Cristo todo adquiere un sentido nuevo. En la Pascua, todos estamos llamados a ser transfigurados, a ser liberados de la esclavitud del pecado y a compartir la vida gloriosa del Señor Resucitado.
Celebrar en verdad la Pascua es un compromiso de vida y de testimonio. Los Apóstoles fueron, antes que nada, testigos vivos de la resurrección de Jesús. La Pascua de Resurrección nos llama a acoger el don de Dios Padre en el Cristo Viviente y a transmitir este mensaje a las nuevas generaciones. Sean cuales sean las dificultades, éste es nuestro deber más sagrado: transmitir de palabra y por el testimonio de las buenas obras la Buena Noticia que en Cristo la Vida ha vencido a la muerte.
La Pascua llama a todos los bautizados a avivar el propio Bautismo; por él hemos sido transformados en Nuevas Criaturas. Nuestra alegría será verdadera si nos encontramos en verdad con el Resucitado en lo más profundo de nuestra persona, en ese reducto que nadie ni nada puede llenar satisfactoriamente; si nos dejamos llenar de su Vida y su Paz, esa Vida y esa Paz que vienen de Dios y generan Vida y Paz entre los hombres. El encuentro personal con el Resucitado teñirá toda nuestra vida, nuestra relación con los demás y con toda la creación.
Ofrezcamos a los demás la alegría de nuestro encuentro con el Resucitado con la misma sencillez y con la misma fuerza que tuvieron aquellas palabras: “Vosotros conocéis lo que sucedió...”. Jesús “nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos”. Hemos de proclamar a Cristo resucitado e invitar a la Pascua de la Resurrección a todos los hombres y mujeres que están en la lucha y en los afanes de la vida. Proclamemos y vivamos la Vida nueva del Resucitado allá donde los hombres y mujeres son heridos en su intimidad, en su dignidad, en su vida y en su verdad.
En Pascua descubrimos que nuestra vida ha sido esencialmente transfigurada por la Resurrección de Cristo. Él ha vencido los poderes demoníacos que hay en el fondo de nuestro ser y de nuestro mundo: los desalientos y las agresividades, las violencias y las guerras, la búsqueda de lo inmediato, del poder y de la opresión de los demás. Pascua llama a acoger en lugar de rechazar, a biendecir en vez de maldecir y difamar. La Pascua nos llama a amar en vez de odiar. La Pascua nos llama a ser promotores de la Vida ante la cultura de la muerte, constructores de la Paz y de la Justicia, del Amor y de la Verdad.
Casimiro López (Obispo Diócesis Segorbe-Castelló)
Mediante el bautismo, la nueva Vida del Resucitado ha entrado en nuestra ser y existencia y no dar ya ahora germinalmente, la gracia de nuestra futura resurrección. La Carta a los Colosenses recuerda a los bautizados: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios...”. En Cristo todo adquiere un sentido nuevo. En la Pascua, todos estamos llamados a ser transfigurados, a ser liberados de la esclavitud del pecado y a compartir la vida gloriosa del Señor Resucitado.
Celebrar en verdad la Pascua es un compromiso de vida y de testimonio. Los Apóstoles fueron, antes que nada, testigos vivos de la resurrección de Jesús. La Pascua de Resurrección nos llama a acoger el don de Dios Padre en el Cristo Viviente y a transmitir este mensaje a las nuevas generaciones. Sean cuales sean las dificultades, éste es nuestro deber más sagrado: transmitir de palabra y por el testimonio de las buenas obras la Buena Noticia que en Cristo la Vida ha vencido a la muerte.
La Pascua llama a todos los bautizados a avivar el propio Bautismo; por él hemos sido transformados en Nuevas Criaturas. Nuestra alegría será verdadera si nos encontramos en verdad con el Resucitado en lo más profundo de nuestra persona, en ese reducto que nadie ni nada puede llenar satisfactoriamente; si nos dejamos llenar de su Vida y su Paz, esa Vida y esa Paz que vienen de Dios y generan Vida y Paz entre los hombres. El encuentro personal con el Resucitado teñirá toda nuestra vida, nuestra relación con los demás y con toda la creación.
Ofrezcamos a los demás la alegría de nuestro encuentro con el Resucitado con la misma sencillez y con la misma fuerza que tuvieron aquellas palabras: “Vosotros conocéis lo que sucedió...”. Jesús “nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos”. Hemos de proclamar a Cristo resucitado e invitar a la Pascua de la Resurrección a todos los hombres y mujeres que están en la lucha y en los afanes de la vida. Proclamemos y vivamos la Vida nueva del Resucitado allá donde los hombres y mujeres son heridos en su intimidad, en su dignidad, en su vida y en su verdad.
En Pascua descubrimos que nuestra vida ha sido esencialmente transfigurada por la Resurrección de Cristo. Él ha vencido los poderes demoníacos que hay en el fondo de nuestro ser y de nuestro mundo: los desalientos y las agresividades, las violencias y las guerras, la búsqueda de lo inmediato, del poder y de la opresión de los demás. Pascua llama a acoger en lugar de rechazar, a biendecir en vez de maldecir y difamar. La Pascua nos llama a amar en vez de odiar. La Pascua nos llama a ser promotores de la Vida ante la cultura de la muerte, constructores de la Paz y de la Justicia, del Amor y de la Verdad.
Casimiro López (Obispo Diócesis Segorbe-Castelló)
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