Queridos diocesanos:
Ante la situación, difícil y apasionante al mismo tiempo, ante la que nos encontramos al celebrar el 50º Aniversario de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón, el Señor nos exhorta a recuperar la esperanza a la que Dios nos llama. La esperanza es posible porque el mundo ha sido salvado por Cristo. Pongamos nuestra única esperanza en nuestro Señor Jesucristo y en la fortaleza de una fe viva y vivida, celebrada y compartida en la comunidad eclesial. Si el Señor Jesús tuvo una fuerte oposición y fue elevado a la muerte, ¿por qué sorprendernos que ocurra lo mismo con su Iglesia y con sus discípulos?
Para los grandes desafíos de hoy y de siempre no hay otro camino verdadero que Jesucristo. Él es la Luz del mundo; es a Él a quien los hombres buscan, muchas veces incluso sin saberlo y a veces por vías contrarias a la suya. Ofrecer y propiciar el encuentro personal con Jesucristo en la oración, en la escucha de la Palabra y en la celebración de los Sacramentos, es la clave para una apasionante renovación de nuestra Iglesia diocesana, de sus fieles y comunidades, y de nuestro mundo.
Debemos volver a hablar de Dios; no de un dios cualquiera, sino del Dios que nos ha revelado Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Atrevámonos, con la ayuda de la gracia de Dios, a vivir la aventura más hermosa que hoy podemos vivir: llevar el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, necesitados de Dios, de amor y de vida, de sanación y de salvación; necesitados, en definitiva, de la esperanza que no defrauda.
La evangelización es una apasionante tarea que implica a todos: sacerdotes, religiosos y seglares. Hemos de evangelizar de nuevo; y hemos de hacerlo como en los primeros tiempos dejándonos ‘ganar’ por Cristo para que los hombres crean y pueda haber una humanidad abierta al futuro y hecha de hombres nuevos a los que Él ha devuelto su dignidad, su libertad y su esperanza.
Urge que los cristianos de nuestra Iglesia diocesana, siendo verdaderos creyentes y discípulos del Señor, seamos, a la vez, anunciadores y testigos incansables de Cristo y de su Evangelio. El creciente número de hombres que, también entre nosotros, no le conocen reclama que nos entreguemos prioritariamente al servicio del anuncio misionero del Evangelio. La hora presente es la hora de la misión, del anuncio gozoso del Evangelio, así será también la hora de renacimiento espiritual y moral de nuestra sociedad. No nos podemos quedar en la simple conservación de lo existente; es tiempo de proponer de nuevo y, ante todo, a Cristo, el centro del Evangelio.
El solo mantenimiento es claramente insuficiente. Nos apremia como Iglesia diocesana acometer el irrenunciable servicio de una nueva evangelización: “nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión”, como dijo tantas veces el venerable Juan Pablo II. El ardor tiene que ver con la conversión, es decir, con la vuelta de nuestra mirada y de nuestro corazón a Cristo. Los métodos y la expresión serán nuevos en la medida en que Cristo sea encontrado por hombres de este mundo y de esta cultura; pero los métodos y la expresión no son nada si falta el ardor, que mana del encuentro con Jesucristo. Esto es lo que el Señor espera de nuestra Iglesia diocesana.
Con mi afecto y bendición,
Casimiro López Llorente Fuente: copes.es
Ante la situación, difícil y apasionante al mismo tiempo, ante la que nos encontramos al celebrar el 50º Aniversario de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón, el Señor nos exhorta a recuperar la esperanza a la que Dios nos llama. La esperanza es posible porque el mundo ha sido salvado por Cristo. Pongamos nuestra única esperanza en nuestro Señor Jesucristo y en la fortaleza de una fe viva y vivida, celebrada y compartida en la comunidad eclesial. Si el Señor Jesús tuvo una fuerte oposición y fue elevado a la muerte, ¿por qué sorprendernos que ocurra lo mismo con su Iglesia y con sus discípulos?
Para los grandes desafíos de hoy y de siempre no hay otro camino verdadero que Jesucristo. Él es la Luz del mundo; es a Él a quien los hombres buscan, muchas veces incluso sin saberlo y a veces por vías contrarias a la suya. Ofrecer y propiciar el encuentro personal con Jesucristo en la oración, en la escucha de la Palabra y en la celebración de los Sacramentos, es la clave para una apasionante renovación de nuestra Iglesia diocesana, de sus fieles y comunidades, y de nuestro mundo.
Debemos volver a hablar de Dios; no de un dios cualquiera, sino del Dios que nos ha revelado Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Atrevámonos, con la ayuda de la gracia de Dios, a vivir la aventura más hermosa que hoy podemos vivir: llevar el Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, necesitados de Dios, de amor y de vida, de sanación y de salvación; necesitados, en definitiva, de la esperanza que no defrauda.
La evangelización es una apasionante tarea que implica a todos: sacerdotes, religiosos y seglares. Hemos de evangelizar de nuevo; y hemos de hacerlo como en los primeros tiempos dejándonos ‘ganar’ por Cristo para que los hombres crean y pueda haber una humanidad abierta al futuro y hecha de hombres nuevos a los que Él ha devuelto su dignidad, su libertad y su esperanza.
Urge que los cristianos de nuestra Iglesia diocesana, siendo verdaderos creyentes y discípulos del Señor, seamos, a la vez, anunciadores y testigos incansables de Cristo y de su Evangelio. El creciente número de hombres que, también entre nosotros, no le conocen reclama que nos entreguemos prioritariamente al servicio del anuncio misionero del Evangelio. La hora presente es la hora de la misión, del anuncio gozoso del Evangelio, así será también la hora de renacimiento espiritual y moral de nuestra sociedad. No nos podemos quedar en la simple conservación de lo existente; es tiempo de proponer de nuevo y, ante todo, a Cristo, el centro del Evangelio.
El solo mantenimiento es claramente insuficiente. Nos apremia como Iglesia diocesana acometer el irrenunciable servicio de una nueva evangelización: “nueva en su ardor, nueva en sus métodos, nueva en su expresión”, como dijo tantas veces el venerable Juan Pablo II. El ardor tiene que ver con la conversión, es decir, con la vuelta de nuestra mirada y de nuestro corazón a Cristo. Los métodos y la expresión serán nuevos en la medida en que Cristo sea encontrado por hombres de este mundo y de esta cultura; pero los métodos y la expresión no son nada si falta el ardor, que mana del encuentro con Jesucristo. Esto es lo que el Señor espera de nuestra Iglesia diocesana.
Con mi afecto y bendición,
Casimiro López Llorente Fuente: copes.es
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