Queridos diocesanos:
Un buen conocedor del mundo de la educación ha afirmado que los agentes en la educación de las nuevas generaciones han cambiado radicalmente. Si antaño eran la familia, la parroquia y la escuela determinantes en la educación en general y en la educación en la fe cristiana en especial, hoy la palma se la llevan otros factores, como son la televisión, Internet, los amigos y el ambiente. Los agentes educativos de antaño habrían pasado a representar tan sólo un veinte por ciento en el conjunto de agentes de la educación. Esta afirmación la constatamos una y otra vez en conversaciones con padres, educadores, párrocos y catequistas. Todos, cada cual en su ámbito, experimentan serias dificultades para la educación y para la transmisión de la fe cristiana.
Por todo ello se hace necesario, hoy más que nunca, aunar esfuerzos en la tarea educativa de padres, colegios católicos, profesores de religión y parroquias. Corresponde a los padres el derecho y la responsabilidad de educar a sus hijos: es su derecho y deber inalienable. La familia es el primer ámbito educativo, también en la fe y en la vida cristiana, que ha de ser apoyada por el resto de los agentes educativos.
La elección de un colegio católico, la opción de la clase de religión y la inscripción en la catequesis parroquial han de estar motivadas fundamentalmente por el deseo de que los hijos crezcan como cristianos y maduren en su fe y en su vida cristiana. Jesucristo y su Evangelio no son suplementarios en la educación de un cristiano; son, más, bien la columna vertebral en el crecimiento de su ser personal, de su libertad y de su responsabilidad, la fuente de valores y principios, la base de una educación en la verdad y en el bien. Son los que dan unidad a todo el proceso educativo.
Si a los niños y jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el mensaje. Juan Pablo II concretaba, como núcleo esencial de la gran herencia que nos dejaba el jubileo del año 2000, la contemplación del rostro de Cristo: contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino.
Por todo ello es vital que en la transmisión de la fe a los niños y jóvenes se integren todas aquellas acciones educativas que la Iglesia realiza en su acción pastoral a través de la familia, de la enseñanza y la catequesis. La coordinación e integración de todas estas acciones educativas es una tarea no sólo necesaria sino imprescindible pues todas ellas tienen el mismo fin evangelizador en la transmisión de la fe. Sin solapar ninguno de los elementos que las definen, la coordinación e integración de toda acción educativa católica en un gran proyecto educativo es, a su vez, una demanda ineludible para que el crecimiento religioso del alumno se realice en total armonía.
De los educadores cristianos -padres, profesores y catequistas- se espera ante todo que sean testigos, que ayuden a niños y jóvenes a descubrir la verdad y el bien en el encuentro con Jesucristo y su Evangelio con verdadero sentido eclesial.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Fuente: Hoja Parroquial
Un buen conocedor del mundo de la educación ha afirmado que los agentes en la educación de las nuevas generaciones han cambiado radicalmente. Si antaño eran la familia, la parroquia y la escuela determinantes en la educación en general y en la educación en la fe cristiana en especial, hoy la palma se la llevan otros factores, como son la televisión, Internet, los amigos y el ambiente. Los agentes educativos de antaño habrían pasado a representar tan sólo un veinte por ciento en el conjunto de agentes de la educación. Esta afirmación la constatamos una y otra vez en conversaciones con padres, educadores, párrocos y catequistas. Todos, cada cual en su ámbito, experimentan serias dificultades para la educación y para la transmisión de la fe cristiana.
Por todo ello se hace necesario, hoy más que nunca, aunar esfuerzos en la tarea educativa de padres, colegios católicos, profesores de religión y parroquias. Corresponde a los padres el derecho y la responsabilidad de educar a sus hijos: es su derecho y deber inalienable. La familia es el primer ámbito educativo, también en la fe y en la vida cristiana, que ha de ser apoyada por el resto de los agentes educativos.
La elección de un colegio católico, la opción de la clase de religión y la inscripción en la catequesis parroquial han de estar motivadas fundamentalmente por el deseo de que los hijos crezcan como cristianos y maduren en su fe y en su vida cristiana. Jesucristo y su Evangelio no son suplementarios en la educación de un cristiano; son, más, bien la columna vertebral en el crecimiento de su ser personal, de su libertad y de su responsabilidad, la fuente de valores y principios, la base de una educación en la verdad y en el bien. Son los que dan unidad a todo el proceso educativo.
Si a los niños y jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y son capaces de acoger el mensaje. Juan Pablo II concretaba, como núcleo esencial de la gran herencia que nos dejaba el jubileo del año 2000, la contemplación del rostro de Cristo: contemplado en sus coordenadas históricas y en su misterio, acogido en su múltiple presencia en la Iglesia y en el mundo, confesado como sentido de la historia y luz de nuestro camino.
Por todo ello es vital que en la transmisión de la fe a los niños y jóvenes se integren todas aquellas acciones educativas que la Iglesia realiza en su acción pastoral a través de la familia, de la enseñanza y la catequesis. La coordinación e integración de todas estas acciones educativas es una tarea no sólo necesaria sino imprescindible pues todas ellas tienen el mismo fin evangelizador en la transmisión de la fe. Sin solapar ninguno de los elementos que las definen, la coordinación e integración de toda acción educativa católica en un gran proyecto educativo es, a su vez, una demanda ineludible para que el crecimiento religioso del alumno se realice en total armonía.
De los educadores cristianos -padres, profesores y catequistas- se espera ante todo que sean testigos, que ayuden a niños y jóvenes a descubrir la verdad y el bien en el encuentro con Jesucristo y su Evangelio con verdadero sentido eclesial.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Fuente: Hoja Parroquial
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