Divina Misericordia

lunes, 23 de agosto de 2010

CCOO le recuerda a los empresarios que deben facilitar a los musulmanes las prescripciones del Ramadán

El sindicato muestra así sus desvelos por el hecho religioso

Alguien está intentando que, este año, el
Ramadán tenga efectos más allá de las mezquitas y repercuta, también, en el calendario laboral de muchos sectores de nuestra actividad económica. Ha sido CCOO quien ha recordado a los empresarios españoles que deben facilitar la práctica religiosa de sus trabajadores musulmanes, adaptando en la medida de lo posible su horario de trabajo a las exigencias de un ayuno que los tendrá sin comer ni beber desde la salida hasta la puesta del sol. Las palabras de Carles Beltrán, coordinador del Centro de Información para Trabajadores Extranjeros de CCOO, no se entienden del todo bien: “las empresas no tienen que adaptarse a los musulmanes, pero sí deberían contemplar el facilitar, en la medida de lo posible, la práctica religiosa de los empleados”. Ya me dirá el señor Beltrán cómo van a facilitar las empresas esa práctica sin que ello conlleve movimientos de adaptación.

La reivindicación del ajuste de las empresas a la práctica religiosa islámica ha tenido, también, una buena acogida en el diario
“El País”, que dedica un extenso y solidario artículo al asunto en cuestión.

Personalmente, me parece magnífico que, tanto las empresas como el propio Estado, hagan lo posible por compatibilizar la vida laboral y las creencias religiosas de los trabajadores. Creo que las convicciones y prácticas religiosas merecen un profundo respeto, siempre y cuando no atenten contra el orden público. Pero, dicho esto, reclamo el mismo tratamiento para los católicos, quienes, además, son, todavía, mayoría abrumadora en España.

Pido que las empresas concedan tiempo para asistir a la Eucaristía a aquellos trabajadores que tienen que trabajar en domingo.
¿Sería mucho pedir que no se obligase a un católico a trabajar en domingo?

Pido que en los colegios se disponga de un menú adaptado a las prácticas religiosas de los católicos los viernes de Cuaresma.

Pido que la Seguridad Social y las clínicas privadas acepten, sin condiciones, la objeción de conciencia de los facultativos que se niegan a tomar parte en la comisión de abortos por motivos religiosos.

Pido que se reconozca, igualmente, el derecho a la objeción de conciencia de farmacéuticos que se niegan a dispensar productos abortivos.

Pido que se exima a los alcaldes y concejales católicos de tomar parte en la celebración de matrimonios homosexuales.

Pido, en definitiva, que se nos mida, al menos, por el mismo rasero con que se mide a la población musulmana.

Y pido que “El País” dedique un artículo igual de comprensivo a todos estos católicos que quieren que se respete su práctica religiosa sin haberlo conseguido hasta la fecha.

Me temo que todas mis peticiones, en este sentido, sean desatendidas. Y es que el motivo por el que se reclama consideración con las prácticas religiosas del Islam, puestos a ser sinceros con nosotros mismos, no es el respeto, sino el miedo. Los católicos -será por eso de
“la otra mejilla”- no inspiramos miedo a nadie. Pero el historial reciente del terrorismo internacional ha hecho que en España resurja el “miedo a moro”. La semana pasada, la diputada Rosa Díez solicitó del Gobierno, en sesión parlamentaria, información acerca de los cementerios españoles en Marruecos, los cuales se encuentran en una situación que cae más en la profanación que en el abandono: “tumbas destrozadas, maleza y suciedad, restos humanos esparcidos a la intemperie…” La solicitud, como era de esperar, ha caído en saco roto. Ni siquiera los medios de comunicación se han hecho excesivo eco de la noticia.

Cuando
San Antonio de Padua aún no era santo, sino canónigo regular de San Agustín; cuando todavía no era “Antonio”, sino Fernando, y todavía no era “de Padua” sino de Lisboa, la llegada a Portugal de los restos de dos misioneros franciscanos martirizados por los musulmanes hizo que el joven sacerdote se decidiese a hacerse franciscano con la condición de ir a tierra de moros para morir mártir. En aquellos tiempos, el moro no inspiraba miedo, sino celo. Se buscaban sus almas, se perseguía su conversión, y el precio del martirio se tenía como galardón más que como peligro. Hoy día, ochocientos años después, es difícil encontrar a un cristiano dispuesto a predicar el evangelio a los musulmanes; parece que hubiésemos renunciado a ello. El motivo es claro y contundente: porque nos matan. Y -respondería Fernando de Lisboa- “¡Tanto mejor!”. Je je je… que se lo diga a los de CCOO. Nos guste o no, esto es España: el católico nos mueve a risa, y el moro nos acojona.

José-Fernando Rey Ballesteros
jfernandorey@jfernandorey.es

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