Este domingo, nuestras calles y plazas volverán a llenarse de gente y lucir sus mejores galas, para acompañar y vitorear a Jesucristo, que se hará presente en la custodia. España siempre ha destacado en tres amores: al Papa, a la Virgen y a la Eucaristía. Es una tradición que hemos de conservar y realzar.
Quizás alguno se pregunte si «estas cosas» no son más propias de una Iglesia de otros tiempos que la que ha salido del Vaticano II. Así pensaron algunos durante los últimos decenios. Y no sólo lo pensaron, sino que le dieron carpetazo. Hoy, cuando las aguas bajan ya menos revueltas y se va conociendo mejor la verdad de ese gran acontecimiento de gracia que fue el último concilio, se ha vuelto a redescubrir algo que nunca debió olvidarse. A saber: que existe una «intrínseca relación entre la santa Misa y la adoración del Santísimo Sacramento», de tal modo que «la adoración eucarística no es si no la continuación obvia de la celebración eucarística». Por ello, es plenamente coherente concluir este razonamiento de Benedicto XVI con sus mismas palabras: «la adoración eucarística fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica».
La procesión del Corpus no es, por tanto, ni un añadido a la Misa ni una alforja sobre otra alforja. Al contrario, tiene una profunda coherencia con ella. Tanto, que ahora la sagrada Hostia que se lleva procesionalmente en la custodia, es consagrada en la misa que precede a la procesión y será reservada en el Sagrario junto con las que sobraron de la sagrada Comunión.
Para que no tengamos la más mínima duda, el mismo Benedicto XVI ha escrito estas palabras: «Pido a las parroquias y a otros grupos eclesiales que promuevan momentos de adoración eucarística comunitaria. Obviamente, conservan todo su valor las formas de devoción eucarística ya existentes. Pienso, por ejemplo, en las procesiones eucarísticas, sobre todo en la procesión tradicional en la solemnidad del Corpus Christi» (Sacramentum caritatis, n. 68).
Nada más lógico que os invite a todos a estar presentes y a participar en la Misa y en la Procesión que presidiré con otros muchos sacerdotes concelebrantes. De modo muy especial invito a los niños de Primera Comunión, consciente de que ellos –junto con los enfermos- son los predilectos de Jesús. Estoy seguro de que a ellos les hace mucha ilusión acompañar a Jesús por las calles de la ciudad y decirle, con las palabras y los cantos, lo mucho que le quieren.
Invito también a los cristianos delante de cuyas casas pasará el Santísimo Sacramento a que adornen sus balcones y ventanas con colgaduras y flores. No tenemos que inhibirnos ni pedir perdón por ello. Nosotros expresamos nuestra fe como los demás expresan sus ideas.
Los cristianos también hemos de expresar con símbolos nuestra fe. La procesión del Corpus está llena de símbolos, de luz y de sonido. Es lógico que sea así, pues los hombres y las mujeres, además de inteligencia, tenemos corazón y sentimientos. ¿Qué cosa más humana –y más divina- que la oración y la adoración? Nuestra presencia, nuestros cantos, nuestros símbolos son una manifestación espléndida de nuestra fe y un medio no menos espléndido para acrecentarla e interiorizarla.
Fdo: Mons. Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
Quizás alguno se pregunte si «estas cosas» no son más propias de una Iglesia de otros tiempos que la que ha salido del Vaticano II. Así pensaron algunos durante los últimos decenios. Y no sólo lo pensaron, sino que le dieron carpetazo. Hoy, cuando las aguas bajan ya menos revueltas y se va conociendo mejor la verdad de ese gran acontecimiento de gracia que fue el último concilio, se ha vuelto a redescubrir algo que nunca debió olvidarse. A saber: que existe una «intrínseca relación entre la santa Misa y la adoración del Santísimo Sacramento», de tal modo que «la adoración eucarística no es si no la continuación obvia de la celebración eucarística». Por ello, es plenamente coherente concluir este razonamiento de Benedicto XVI con sus mismas palabras: «la adoración eucarística fuera de la santa Misa prolonga e intensifica lo acontecido en la misma celebración litúrgica».
La procesión del Corpus no es, por tanto, ni un añadido a la Misa ni una alforja sobre otra alforja. Al contrario, tiene una profunda coherencia con ella. Tanto, que ahora la sagrada Hostia que se lleva procesionalmente en la custodia, es consagrada en la misa que precede a la procesión y será reservada en el Sagrario junto con las que sobraron de la sagrada Comunión.
Para que no tengamos la más mínima duda, el mismo Benedicto XVI ha escrito estas palabras: «Pido a las parroquias y a otros grupos eclesiales que promuevan momentos de adoración eucarística comunitaria. Obviamente, conservan todo su valor las formas de devoción eucarística ya existentes. Pienso, por ejemplo, en las procesiones eucarísticas, sobre todo en la procesión tradicional en la solemnidad del Corpus Christi» (Sacramentum caritatis, n. 68).
Nada más lógico que os invite a todos a estar presentes y a participar en la Misa y en la Procesión que presidiré con otros muchos sacerdotes concelebrantes. De modo muy especial invito a los niños de Primera Comunión, consciente de que ellos –junto con los enfermos- son los predilectos de Jesús. Estoy seguro de que a ellos les hace mucha ilusión acompañar a Jesús por las calles de la ciudad y decirle, con las palabras y los cantos, lo mucho que le quieren.
Invito también a los cristianos delante de cuyas casas pasará el Santísimo Sacramento a que adornen sus balcones y ventanas con colgaduras y flores. No tenemos que inhibirnos ni pedir perdón por ello. Nosotros expresamos nuestra fe como los demás expresan sus ideas.
Los cristianos también hemos de expresar con símbolos nuestra fe. La procesión del Corpus está llena de símbolos, de luz y de sonido. Es lógico que sea así, pues los hombres y las mujeres, además de inteligencia, tenemos corazón y sentimientos. ¿Qué cosa más humana –y más divina- que la oración y la adoración? Nuestra presencia, nuestros cantos, nuestros símbolos son una manifestación espléndida de nuestra fe y un medio no menos espléndido para acrecentarla e interiorizarla.
Fdo: Mons. Francisco Gil Hellín (Arzobispo de Burgos)
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