Monseñor Casimiro López Llorente, Obispo de Segorbe-Castellón
La Navidad está cerca. Para unos, Navidad es encuentro, alegría, amistad, solidaridad y paz. Para no pocos, la Navidad es una fiesta de consumo, reducida a iluminaciones y felicitaciones anodinas. Los intentos de marginar esta fiesta cristiana o de cambiar su sentido no deberían llevarnos al olvido de lo nuclear.
En Navidad celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios. Dios se hace hombre por amor a los hombres, por amor a ti y a mí. Ese Niño débil y pobre, nacido en Belén, ese Niño cantado por los ángeles, adorado por los humildes pastores y buscado por los Reyes de oriente, ese Niño es Dios. Ese Niño trae la Salvación al mundo, nace para traer alegría y paz a todos. Ese Niño, envuelto en pañales y acostado en el pesebre, es Dios que viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama” (Lc 2, 14), cantan los ángeles y anuncian el acontecimiento a los pastores como “una gran alegría, que lo será para todo el pueblo” (Lc 2, 10). Alegría, incluso estando lejos de casa, a pesar de la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo o la hostilidad del poder.
La Navidad es el misterio del amor de Dios Padre, que ha enviado al mundo a su Hijo unigénito, para darnos su propia vida. Es el Amor del Dios con nosotros, el Emmanuel, que ha venido a la tierra para morir en la Cruz. El Príncipe de la paz, nacido en Belén, dará su vida en el Gólgota para que en la tierra reine el amor y la fraternidad, para que en la tierra reine la solidaridad, la justicia y la paz. La Navidad de verdad, la única Navidad, es, pues que el Hijo eterno de Dios se hace uno de los nuestros.
Y esto cambia todo desde la raíz. La Navidad cambia el sentido de nuestra vida. Porque si Dios se hace hombre, todos valemos para Dios lo que somos, y no lo que tenemos o sabemos. La Navidad cambia, así, el por qué y el para qué de nuestra vida. Nuestra vida adquiere un valor infinito y una infinita esperanza, porque tu vida y la mía vale la Encarnación de Dios. La verdadera Navidad cambia el sentido de nuestra celebración, da sentido a nuestra alegría y cambia nuestros temores, tristezas y desesperanzas. Porque si Dios ha tomado la condición humana, ésta jamás será separable de Dios. Dios nunca dará la espalda a ningún hombre ni mujer. Dios nace para todos sin distinción. No hay canto, ni plegaria, ni grito, ni violencia, ni asesinato, ni guerra, ni lloro, ni abrazo, ni banquete, capaz de abarcarlo, de celebrarlo o de apagarlo. La Navidad cambia el sentido de nuestra mirada, de nuestro sentir y de nuestro hacer. Porque si Dios ha tomado nuestra carne, Él está con nosotros, Él sigue caminando con nosotros. Navidad no pertenece al pasado. Dios ésta en cada hombre. Dios está entre nosotros en cada instante. Dios sigue naciendo cada día. Dios sale a nuestro encuentro en su Palabra, en los Sacramentos, en los hombres y en los acontecimientos. Dios está en su Iglesia, en la historia y en nuestro mundo.
El sentido profundo de la Navidad es la cercanía amorosa de Dios en el camino de nuestra vida. Y esto cambia la razón y el ideal de nuestro vivir y existir: Sólo ese Amor de Dios y sólo amar con ese amor, vale la pena en la vida. Dios nos invita a acogerlo y a seguirlo por el camino del amor y de la paz. Celebremos la verdadera Navidad. Dejemos que Dios nazca en nosotros y entre nosotros.
¡Feliz Navidad para todos!
La Navidad está cerca. Para unos, Navidad es encuentro, alegría, amistad, solidaridad y paz. Para no pocos, la Navidad es una fiesta de consumo, reducida a iluminaciones y felicitaciones anodinas. Los intentos de marginar esta fiesta cristiana o de cambiar su sentido no deberían llevarnos al olvido de lo nuclear.
En Navidad celebramos el Nacimiento del Hijo de Dios. Dios se hace hombre por amor a los hombres, por amor a ti y a mí. Ese Niño débil y pobre, nacido en Belén, ese Niño cantado por los ángeles, adorado por los humildes pastores y buscado por los Reyes de oriente, ese Niño es Dios. Ese Niño trae la Salvación al mundo, nace para traer alegría y paz a todos. Ese Niño, envuelto en pañales y acostado en el pesebre, es Dios que viene a visitarnos para guiar nuestros pasos por el camino de la paz. “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama” (Lc 2, 14), cantan los ángeles y anuncian el acontecimiento a los pastores como “una gran alegría, que lo será para todo el pueblo” (Lc 2, 10). Alegría, incluso estando lejos de casa, a pesar de la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo o la hostilidad del poder.
La Navidad es el misterio del amor de Dios Padre, que ha enviado al mundo a su Hijo unigénito, para darnos su propia vida. Es el Amor del Dios con nosotros, el Emmanuel, que ha venido a la tierra para morir en la Cruz. El Príncipe de la paz, nacido en Belén, dará su vida en el Gólgota para que en la tierra reine el amor y la fraternidad, para que en la tierra reine la solidaridad, la justicia y la paz. La Navidad de verdad, la única Navidad, es, pues que el Hijo eterno de Dios se hace uno de los nuestros.
Y esto cambia todo desde la raíz. La Navidad cambia el sentido de nuestra vida. Porque si Dios se hace hombre, todos valemos para Dios lo que somos, y no lo que tenemos o sabemos. La Navidad cambia, así, el por qué y el para qué de nuestra vida. Nuestra vida adquiere un valor infinito y una infinita esperanza, porque tu vida y la mía vale la Encarnación de Dios. La verdadera Navidad cambia el sentido de nuestra celebración, da sentido a nuestra alegría y cambia nuestros temores, tristezas y desesperanzas. Porque si Dios ha tomado la condición humana, ésta jamás será separable de Dios. Dios nunca dará la espalda a ningún hombre ni mujer. Dios nace para todos sin distinción. No hay canto, ni plegaria, ni grito, ni violencia, ni asesinato, ni guerra, ni lloro, ni abrazo, ni banquete, capaz de abarcarlo, de celebrarlo o de apagarlo. La Navidad cambia el sentido de nuestra mirada, de nuestro sentir y de nuestro hacer. Porque si Dios ha tomado nuestra carne, Él está con nosotros, Él sigue caminando con nosotros. Navidad no pertenece al pasado. Dios ésta en cada hombre. Dios está entre nosotros en cada instante. Dios sigue naciendo cada día. Dios sale a nuestro encuentro en su Palabra, en los Sacramentos, en los hombres y en los acontecimientos. Dios está en su Iglesia, en la historia y en nuestro mundo.
El sentido profundo de la Navidad es la cercanía amorosa de Dios en el camino de nuestra vida. Y esto cambia la razón y el ideal de nuestro vivir y existir: Sólo ese Amor de Dios y sólo amar con ese amor, vale la pena en la vida. Dios nos invita a acogerlo y a seguirlo por el camino del amor y de la paz. Celebremos la verdadera Navidad. Dejemos que Dios nazca en nosotros y entre nosotros.
¡Feliz Navidad para todos!
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