Luis Zapater.- El domingo 13 de octubre tuvo lugar la beatificación de 522 mártires asesinados en la Guerra Civil Española. En la ceremonia, que se celebró en un lugar bastante poco agraciado (junto a las instalaciones del puerto de Tarragona), y sin que la organización se dignara a colocar un simple toldo para proteger del calor a varios cientos de prelados, fui testigo de un hecho vergonzoso por parte de los servicios que cubrían la seguridad del evento. Se informó a los asistentes de que no estaba permitida la exhibición de banderas en el lugar de celebración, pero al comprobar que había gente con banderas de Cuba, de Chile e incluso un parasol que lucía la Union Jack británica, varios miembros de la Confederación Tradicionalista Carlista (CTC), en el momento de la proclamación de la beatificación de los mártires, hicieron ondear varias enseñas nacionales que tenían grabadas el Corazón de Jesús. Exhibieron asimismo dos paraguas con los colores de la bandera nacional sobre su superficie.
La reacción del personal de seguridad fue vergonzosa y humillante: Rápidamente aparecieron en el lugar donde se lucían las banderas para exigir su retirada inmediata. Al informarles de que había otras banderas cuya retirada no se exigía, y de que era un ataque a la libertad de expresión, los vigilantes y voluntarios de la organización dijeron que tenían órdenes y que nadie les tenía que decir qué tenían que hacer, que ellos se ocuparían de todo como creyeran conveniente. Se les recriminó entonces de que sólo atacaban a aquéllos que portaran la enseña nacional, y reiteraron que eran “órdenes del Obispado”. Se amenazó a los portadores de banderas con expulsarlos del lugar, y entonces apareció un supuesto sacerdote con sotana que llevaba un auricular, y que gritando en catalán empleando un tono despótico, empujó a una chica cuyo único “pecado” era que llevaba un paraguas rojo y amarillo (ni siquiera llevaba una bandera dibujada), paraguas que había querido llevarse una vigilante.
Al ser interrogado dicho cura por uno de los asistentes, que le dijo: “¿Padre, en qué Seminario ha estudiado usted?”, al tiempo que le intentaba hacer una fotografía, el presunto “cura” se dio media vuelta y salió corriendo del lugar, lo que revela que probablemente no era más que un infiltrado de los Mossos d’ Escuadra, cuyo comportamiento fue indigno, porque además de este ,identificaron y estuvieron a punto de detener a un joven carlista cuyo único “delito” fue defender a un hombre que portaba en su muñeca la bandera nacional y que había sido agredido por tres separatistas, el cual a su vez tuvo que sufrir la humillación de que un furibundo vigilante de seguridad le recriminara que, por llevar la bandera española en la muñeca, se había producido un incidente no deseable. Dicho vigilante se enzarzó a su vez en una desagradable discusión con el joven carlista, al que gritó: “¡Los mártires no murieron por España!”.
Ante la amenaza por parte de los organizadores y vigilantes de que interviniera la Policía Autonómica Catalana, los militantes de la CTC enrollaron sus enseñas, tras una viva polémica en medio de la Misa, en la que se oyeron los gritos de los partidarios de que las banderas ondearan y las recriminaciones de aquéllos fieles a los que no les importaba esa injusticia, pues lo único que querían era seguir oyendo Misa.
Con este gesto represor de la libertad de expresión el Obispado de Tarragona muestra de qué lado está en el conflicto político separatista. Lógicamente, estoy seguro de que cuando se le pidan explicaciones dirá que la prohibición de exhibición de banderas era para evitar incidentes, y que ciertos elementos “extremistas” y “minoritarios” pretendían alterar el normal funcionamiento de la Misa para hacer política, cuando lo que quedó patente es que el Obispado permitió que cualquier bandera ondeara menos la de todos los españoles. Si lo que se pretendía en verdad era evitar incidentes, lo lógico es que no se hubiera permitido exhibir banderas no constitucionales, (como la famosa “estelada”), dado que no tiene sentido que los que exhiban la bandera nacional sean reprimidos para satisfacer los deseos de los partidarios de quebrar el orden constitucional, en un ejemplo más de este exponente de “mundo al revés” en que se ha convertido España.
Es triste la actitud de la Conferencia Episcopal, que tolera que uno de los Obispos realice esta exhibición de caciquismo. Que no se extrañen si en estos tiempos en los que del ataque contra la Iglesia con atentados terroristas contra templos católicos en varios lugares de España se pasa a un clima de abierta persecución, los fieles no los defiendan, porque por desgracia este no es un hecho aislado contra la conciencia de los fieles al que se pueda responsabilizar a la Conferencia Episcopal.
Afortunadamente, nos queda el consuelo espiritual de la brillante intervención en la ceremonia del prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el Cardenal Ángelo Amato, quien tuvo una acertada intervención, sin los complejos propios de la Conferencia Episcopal Española, pues manifestó que: “En el periodo oscuro de la hostilidad anticatólica de los años 30, vuestra noble nación fue envuelta en la niebla diabólica de una ideología” que anuló a millares de ciudadanos pacíficos, incendiando iglesias y símbolos religiosos, cerrando conventos, escuelas católicas y destruyendo parte del patrimonio”.
El Cardenal subrayó que los mártires no fueron caídos de la Guerra Civil, sino “víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia”, y estos mártires no eran provocadores sino personas pacíficas. Tan sólo le faltó decir cuál fue esa perversa ideología (el marxismo-leninismo), pues al paso que vamos con la manipulación histórica tan de moda en nuestros días al final se oirá que en realidad fueron víctimas “del fascismo y del franquismo”.
*Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Politécnica de Valencia y colaborador de AD
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