Este domingo comienza el tiempo litúrgico de Adviento. Señala el Catecismo de la Iglesia católica que “al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza la espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida”. Nos preparamos para celebrar el nacimiento de Cristo, el Mesías, en quien se cumplieron las promesas del Antiguo Testamento. Y, a la vez, esperamos que se cumplirá todo lo que Jesús nos ha prometido. El Señor volverá y, entonces, quedará cumplido el tiempo de la historia y la Iglesia entrará en su plenitud.
Con Jesús, el Hijo de Dios, Dios ha entrado en nuestra historia y ha redimido a la humanidad. Por la encarnación del Hijo de Dios, por su muerte y resurrección, el reino de Dios ya está entre nosotros y a nuestro alcance, y avanza hacia la plenitud. El Adviento es el tiempo propicio para profundizar en nuestro deseo y en nuestra espera de que se realice en nosotros la redención que Cristo Jesús ya ha cumplido y nos ofrece en su Iglesia. Por ello oramos para que Dios nos ayude en nuestra necesidad de ver y sentir la promesa de salvación aquí y ahora.
Necesitamos avivar o reforzar la esperanza. Como nos dijo ya el beato Juan Pablo II, muchas personas están afectadas hoy por un oscurecimiento de la esperanza. Muchos hombres y mujeres parecen desorientados, inseguros, sin esperanza; y muchos cristianos están sumidos en este estado de ánimo. Se extiende el miedo a afrontar el futuro, a asumir compromisos duraderos, a adoptar decisiones de por vida, a abrirse al don de la vida. El vacío interior y la pérdida del sentido de la vida atenazan a muchas personas. En la raíz de la pérdida de la esperanza está el intento de excluir de la vida a Dios y a su Hijo, Jesucristo.
Sin embargo, el hombre no puede vivir sin esperanza: su vida, sin esperanza, se convertiría en insoportable. Con frecuencia, quien tiene necesidad de esperanza busca poder saciarla con realidades efímeras y frágiles. La esperanza queda así reducida al ámbito intramundano; es una esperanza cerrada a Dios; una esperanza que se contenta con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica, con la felicidad de tipo hedonista, del disfrute del día a día y del consumismo, o la huida en el sexo, el alcohol o las drogas. Pero, al final, todo esto se demuestra al final ilusorio e incapaz de satisfacer la sed de felicidad infinita que el corazón del hombre continúa sintiendo dentro de sí.
Durante el Adviento, tiempo de deseo y de espera del Señor, estamos invitados a volver nuestra mirada y nuestro corazón a Dios, a escuchar su Palabra. Adviento nos recuerda que tenemos que estar listos para encontrar al Señor en todo momento de nuestra vida. Adviento quiere despertar a los cristianos ante el riesgo de dormirse en la vida diaria, de entretenerse en el momento presente y de olvidar que estamos de camino hacia la casa del Padre, hacia la consumación de todo al final de los tiempos.
Pero, ¿qué esperamos de la vida o a quién esperamos? ¡Dime qué esperas y te diré quién eres! En medio de nuestras oscuridades, de nuestras tristezas y secretos, de nuestras dificultades y enfermedades, abramos los ojos y tomemos conciencia de la presencia de Dios en el mundo y en nuestras vidas. Él es la esperanza que no defrauda.
Fuente: ecclesia.com
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