En mi carta anterior hablaba de la emergencia educativa, es decir de la dificultad cada mayor que encuentran los educadores para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un recto comportamiento. Ya no somos capaces de ofrecer a los jóvenes, a las nuevas generaciones, lo que es nuestro deber transmitirles. Nosotros estamos en deuda en relación a ellos también en lo que respecta a aquellos verdaderos valores que dan fundamento a la vida. De lo contrario se termina descuidado y olvidado el objetivo esencial de la educación, que es la formación de la persona para hacerla capaz de vivir en plenitud y de dar su contribución al bien de la comunidad.
Si bien los padres y el resto de educadores se ven desbordados y están fácilmente tentados a abdicar de sus deberes educativos, crece la demanda de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad de educadores que sean verdaderamente tales. Dicha petición une a los padres, a los docentes y a la sociedad misma, que ve amenazada las bases de la convivencia.
La tarea educativa ha de responder a este desafío. No se puede seguir marginando en la tarea educativa las dimensiones ética, moral y religiosa de la persona; estos aspectos son los únicos que pueden aportar elementos al conocimiento de sí mismo y de los demás así como a la capacidad trascendente de la persona.
Benedicto XVI ha pedido que es preciso retomar la idea de una formación integral, basada en la unidad del conocimiento enraizado en la verdad. Eso sirve para contrarrestar la tendencia tan evidente en la sociedad contemporánea hacia la fragmentación del saber y el peligro de la desestructuración de la persona.
A la vista de todos está la imperiosa necesidad y la urgencia de ayudar a los niños, adolescentes y jóvenes a proyectar la vida según valores auténticos, que hagan referencia a una visión alta del hombre. Hoy las nuevas generaciones quieren saber quién es el hombre y cuál es su verdadero destino, y buscan respuestas que les puedan indicar el camino que conviene recorrer para fundar su existencia en valores perennes. Para los cristianos son los que ofrecen Jesucristo y su Evangelio. H
Si bien los padres y el resto de educadores se ven desbordados y están fácilmente tentados a abdicar de sus deberes educativos, crece la demanda de una educación auténtica y el redescubrimiento de la necesidad de educadores que sean verdaderamente tales. Dicha petición une a los padres, a los docentes y a la sociedad misma, que ve amenazada las bases de la convivencia.
La tarea educativa ha de responder a este desafío. No se puede seguir marginando en la tarea educativa las dimensiones ética, moral y religiosa de la persona; estos aspectos son los únicos que pueden aportar elementos al conocimiento de sí mismo y de los demás así como a la capacidad trascendente de la persona.
Benedicto XVI ha pedido que es preciso retomar la idea de una formación integral, basada en la unidad del conocimiento enraizado en la verdad. Eso sirve para contrarrestar la tendencia tan evidente en la sociedad contemporánea hacia la fragmentación del saber y el peligro de la desestructuración de la persona.
A la vista de todos está la imperiosa necesidad y la urgencia de ayudar a los niños, adolescentes y jóvenes a proyectar la vida según valores auténticos, que hagan referencia a una visión alta del hombre. Hoy las nuevas generaciones quieren saber quién es el hombre y cuál es su verdadero destino, y buscan respuestas que les puedan indicar el camino que conviene recorrer para fundar su existencia en valores perennes. Para los cristianos son los que ofrecen Jesucristo y su Evangelio. H
Fuente: El Periódico Mediterráneo
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